Hoy
me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro
negro, grande, ya un poco viejo, sin otra nobleza que la edad. Un
perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se
ha interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso
basta para que él me considere continuación difusa e interesante de
su amo.
Qué dulce
curiosidad en la mirada del perro, qué añosa gravedad, qué
dignidad de persona que no tienen las personas. Nunca otro humano nos
mira así. Entre los hombres sólo nos cruzamos miradas furtivas, o
de momentánea alegría, miradas de superficie, más o menos
mentidas. Miradas inquisitivas. Al perro, en cambio, se ve que le
interesa todo de mí. Me mira a los ojos largo tiempo y espera que yo
le corresponda con una mirada igualmente honesta, honrada, profunda,
interesada, curiosa, digna. Con una mirada perruna.
No hay entre las
especies, y menos en la humana, un ser capaz de mirar así, con tan
respetable interrogación, con ese brillo de posible amistad que hay
al fondo de sus ojos negros. Quizá piensa el perro si soy digno de
él, de su cariño o de una relación de hombre a hombre, de perro a
perro.
Me ha conmovido
la mirada del perro, su distante y profunda observación. Ahora
comprendo que nadie me había mirado así jamás, y estoy al final de
mi vida, como él, quizá, de la suya. Del fondo vil del hombre jamás
puede nacer una mirada semejante. «Ya no se mira así», dirían los
nostálgicos. Pero nunca se ha mirado así.
Hace falta mucha
humanidad dentro para mirar como un perro.
Francisco Umbral: «Un ser
de lejanías» p.188_9
No hay comentarios:
Publicar un comentario